Testimonio  (1965)

ELOGIO A LA LIBERTAD

A mi Padre

¡Libertad!
Campo abierto para el vuelo alígero.
Rugido etéreo que nunca se extingue.
Sol que besa el infinito
y lo ilumina.
¡Grito vertical!
Todo en ti incendia y se levanta.
Asta que enarbola el derecho.
Viento que flamea la justicia.
Raíz del hombre
Viajera de siglos.
El potro del tiempo
te trae cabalgando
sobre una historia larga.
¡Oh santa libertad!
condensación del trueno,
insistentemente
vengo preguntando
por qué la humanidad
hoy pesa prejuicios epidérmicos
y está haciendo sonar
más metálica
la voz de la vida.
Y por qué también
los pueblos se endiademan
con cadenas
y luego les racionan
la voz, el puño y la protesta.
A qué se deberá el que hoy
sea tan fácil
enajenar la esperanza,
prohibir el sueño,
fusilar el verso,
expatriar el ansia,
colgar la honra,
clausurar el cielo
y luego negarte.
A veces pienso
que ya es hora
de verter tu inefable gloria,
y mojar con tu cósmica luz
a todas las razas
y a todos los pueblos,
porque de tantas sombras, polvo y cruces,
nada extraño sería
sentir de nuevo
las huellas de Cristo
en la tierra,
inventariando
los días muertos
de la apagada Hiroshima,
visitando
la tumba
donde Bolívar
tose y se estremece,
donde Martí
cae y se desangra,
donde Alfaro,
el indio,
se anuncia
todas las tardes,
a las seis,
en las llamas heroicas
del poniente.
Las azules alas
de su divino aliento
tendrán que batirse
donde los suburbios,
donde la miseria
picotea
las ojeras
y los vientres vacíos,
hasta los grandes centros,
donde el espíritu estrecho
niega la unidad de la sangre
y asfixia la idea.
Y tendrá,
en definitiva,
que rozar el corazón
del hombre
de todas las edades,
y sembrar
para todos los veranos
la simiente que recuerde
que eres tú,
Libertad,
el semen del progreso,
la intensa palpitación
del humano espíritu,
y la estela de luz
que dejara la soberbia
voluntad de Dios.

1965