Inéditos

LA RAMERA

Yo que tengo
altas todas mis antenas,
abiertos los poros
y las lágrimas,
que vivo
pensando en el pan
que falta
y en el insomnio
de los hombres,
yo que amo
a todas las mujeres
con idéntica ternura,
que me estremezco
cuando alguien llora,
yo que estoy lleno
de recuerdos y pasiones,
quise comprender al mundo
y amé a una ramera.

 

Clavé mi beso más puro
en su impura boca
y vibré con las epilepsias
de su cuerpo,
evolucioné
como un cosmonauta
por todo su universo
y me ahogué en su más alta marea.

 

Quise conocer en su vida
la vida misma,
el dolor de sentirnos
de noche y sin estrellas,
la nostalgia de recordar
besadas bocas
y el placer
de morirnos por las noches.

 

Le hablé de un amor
que no se entiende,
de una vida sin precio
ni prejuicios,
de una ternura al medio día
y sin eclipses,
donde no existen
besos a largo plazos
ni el fastidio
por los besos ya pagados,
de una esperanza
que se enciende
y no se apaga
y de una vida profunda
y verdadera.

 

La ramera
me miró
despreocupadamente
y besándome la boca
dijo que era medianoche

 

Jacinto Santos Verduga