La Llaga Insomne (1967)

MONOLOGO DEL RECUERDO

Esta es la curva más peligrosa de la carretera.  Pronto llegaremos a Bahía.  La ciudad se llena con el último aliento de la madrugada y el mar que la circunda despereza sus brazos a lo largo de la playa.  Estamos en aguaje, época en que la luna juega al escondido en el cielo y los niños hacen fortines en la arena.

Las calles descubren esa desierta soledad de los cementerios.  Y las palmeras, siempre enfermas de insomnio, cuidan el sueño del viento que al final de la noche descansa.

Mis pisadas han crecido tanto que parecen ser las de un gigante extraño.  Sólo ellas y la emoción de hallarme de nuevo en la antigua residencia de mis padres y mía, me acompañan.

Cuando me dejó el automóvil frente a la casa eran las tres y media; pronto nacerá con el sol un nuevo día.  Los burros cargadores de la carne sacrificada y próxima a venderse en el mercado, repiten en su andar despreocupado el primer espectáculo de la mañana.

Las mujeres que fuera del mercado han soportado el frío y la noche, guardan la comida que no hubo quien comprara.  Roque, el muchacho moreno que nunca duerme, las mira bostezante.  Y el ciego, que mientras hay sol está de frente al muelle y de madrugada junto a las fonderas, saluda al alba con su enérgico monólogo mordido por una queja incoherente.  Su camisa, café tierra, es la misma que lleva hace algunos años y nadie ha podido cambiar.

Un deseo vehemente de recorrer todo lo que significó el centro de mi infancia se apodera de mí y oriento los pasos a los sitios de indeleble recordación.  Al llegar a la Escuela Juan Montalvo oigo mi propia voz correr por la azotea del viejo edificio, y en el Colegio Eloy Alfaro me golpea un viento cargado de nostalgia.

Pocas cosas han cambiado.  Las casas son las mismas.  Las piedras que han tenido alguna relación conmigo, están en su sitio.  Esa, por ejemplo, me hizo saltar de la bicicleta que manejaba cierta ocasión.  En aquella casa, hoy habitada por una familia que no conozco, vivía la mujer que llenó el pensamiento y razón de mis primeros días.  De ella sólo sé que contrajo nupcias en Quito.  Nunca más volvi a ver su rostro fresco.

Inconcientemente estoy de nuevo en el malecón.  Al llegar a la puerta de la casa pruebo la llave que olvidé entregar hace cinco años… abro.  Me acuesto en una cama vacía.  Y duermo.

1965